Iglesia Católica Apostólica Comunitaria
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San Romero de America
Catholic Apostolic Community Church
Obispo Oscar A. Romero
de El Salvador.
asesinado el 24 de marzo, 1980
Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí, y antes que nacieras, te consagré, te puse por profeta a las naciones. Jeremías 1:5
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Un trozo insignificante de pan es el cuerpo de Jesús, Jesús está en ese pedazo de pan ¿Pero cómo puede estar presente en ese pan? Con esta pregunta se iniciaron todos los pleitos o debates, los quebraderos de cabeza que desde entonces hasta hoy están presentes en la Iglesia. Muchas disputas y condenas y hasta muertes sobre el modo de cómo Jesús está presente, en el pan eucarístico y en el vino consagrado. A cuántos cristianos, clérigos y laicos, no se los excomulgaron y asesinaron. La misma fiesta del "Corpus Christi", (el Cuerpo de Cristo) nació de una de estas discusiones para terminar con ellas y con el dolor de los creyentes, desde el siglo XIII. Mal remedio. Y empezaron a surgir milagros ciertos o inventados sobre las dudas de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, de los que no aceptaban la "transubstanciación".
Para mí es fácil creer en la presencia de Jesús en el pan y en el vino, si con la sencillez de un niño, acepto las palabras de Jesús, sin meter la prepotencia intelectual del adulto, del docto, del estudiado. No necesito todas esas riñas, disputas, divagaciones de conceptos teológicos-metafísicos, en absoluto no los necesito para creer que Jesús está presente en el pan consagrado, sea ácimo o no. Es tan sencillo. "Esto es mi cuerpo, mi persona", nos dice Jesús agarrando el pan con sus manos. No tenemos más que mirar y ver. Ese pedacito de pan encierra toda la historia del mundo entero: un granito de trigo, fue enterrado, germinó, a los pocos días se rompe la tierra y brota una plantita, y la salvia de la tierra, el agua, el sol, el aire, lo transforman en una planta verde, llena de hojas y más tarde en un espiga; y el fuego, el trabajo, el sudor y el cansancio, de los hombres y las mujeres los hacen pan. Un pan sabroso. Y este pan se transforma en nuestro cuerpo. ¿Por qué no se ha de transformar en el cuerpo de Jesús, cuando su "memoria" nos reúne en la mesa, en el altar?
Es muy sencillo. "Esta es mi sangre, mi vida", nos dice Jesús, cuando toma la copa de vino en sus manos. La historia del vino, de la planta, de las ramas, de los racimos de uvas, representa y reproduce nuestra historia humana, con sus alegrías y tristezas, lo dulce y lo amargo. Esas uvas se convierten en vino, para celebrar el amor y aliviar las penas. Este vino de la vida ¿cómo no se va a convertir, en Jesús mismo, cuando nos reunimos a celebrar la vida? Jesús es vida.
S. Juan Crisóstomo en el siglo IV decía; "¿Quieres honrar el cuerpo de Jesús? No aceptes ni toleres que esté desnudo. No lo honres con vestidos de seda, mientras lo dejas desnudo fuera, muriéndose de frío. El que ha dicho: 'Esto es mi cuerpo'…, ha dicho también: 'Me has visto pasar hambre y no me diste de comer, me has visto desnudo y me vestiste. Lo que no hiciste con uno de esos pequeños, tampoco lo hiciste conmigo'. El cuerpo de Jesús que está sobre el altar no necesita manteles, mientras que el que está fuera si necesita abrigo… ¿De qué le sirve a Jesús tener en su mesa cálices de oro, mientras él mismo muere de hambre en la persona de los pobres?
¿Qué méritos tiene que en el templo celebremos la fiesta del Cuerpo de Jesús, cuando a sus puertas duermen los que no tienen casa?

Ernesto (Invierno)
OBSERVANDO LA VIDA…
Para muchos creyentes, asistir a la Eucaristía dominical es como un escape o una droga, para olvidar por unos momentos las tensiones de la vida de casa, del trabajo, de la sociedad. Para otros es una hora de tedio y aburrimiento. Para ambos, lo admitan o no, es cumplir con un precepto para adormecer la conciencia y seguir viviendo tranquilamente. Algunos templos de algunas ciudades y pueblos se llenan en las misas dominicales, en las fiestas patronales, en la cuaresma y la semana santa. Somos "católicos de misa", tan acostumbrados que el día que no asistimos nos sentimos incómodos, algo parecido al drogadicto cuando está en abstinencia.
La rutina y la inercia, cada domingo, nos lleva a misa. En un gran porcentaje no se le pone atención al Evangelio o no se le entiende, mucho menos a las homilías. La gente está tan acostumbrada a la misa que el día en el cual el sacerdote hace algún cambio a la liturgia, aunque sea para mejorar, se molestan.
Comulgamos devotamente, sin preocuparnos de comulgar con los hermanos que sufren, que están hundidos en el dolor y la desesperación; ellos no nos interesan, según nuestra "santa opinión", son ellos mismos los culpables de sus desgracias. De esta manera nos lavamos la conciencia como Pilatos se lavó las manos para declararse inocente.
Nos acercamos al altar para comer el pan eucarístico, ignorando a millones de seres humanos que no tienen pan y que su único futuro es esperar la muerte, la única que les salvará del hambre. Comemos el pan eucarístico sin preocuparnos de cientos de emigrantes que no tienen nada para sobrevivir, sin preocuparnos de los jóvenes sin futuro, marginados de la educación superior por la falta de dinero, sin preocuparnos, ni voltear a ver a los desempleados o desocupados, desesperados en una situación que los lleva a perder lo poco que han adquirido con tantos sacrificios, una situación que los sepulta en el caos. Y así nos llamamos cristianos, buenos creyentes y nos sentimos cómos por haber asistido a misa. Una persona que comulga con Jesús pero no comulga con estos hermanos necesitados, de nada le servir comulgar con Jesús, solo se traga una oblea de harina.
Asistimos a misa pensando solo en nuestros intereses, pidiendo a Dios más y más, porque no tenemos llenadero. Somos los que conformamos la "cultura del individualismo". La eucaristía debe conducirnos a crear conciencia de los no privilegiados. Jesús nos llama a creer en su Palabra, a seguirle para construir el Reino de Dios, una sociedad humana y digna, justa, igualitaria y feliz. Nos llama a crear una familia, una comunidad, una Iglesia fraterna, compasiva y samaritana.
Antes de la comunión rezamos el "Padre nuestro" y pedimos el pan de cada día, que sí tenemos, pero solo nos quedan dos barras; no pedimos el pan de cada día para los que tienen días sin comer pan, ni medios para obtenerlo. ¿Qué clase de oración hacemos? ¿Creen que Jesús nos escucha? Sí, nos escucha para contestarnos: "Retírense porque tengo hambre y no me dan de comer". Continuamos con el "rito de la paz", ¿cuál paz? Si no le damos la mano a los indefensos, a los hambrientos, a los que no tienen nada, no podemos darnos la paz.
Si no somos sensibles al dolor de los demás, si no somos generosos y solidarios, no podemos comulgar con Jesús, aunque nos hayamos confesado y el sacerdote nos haya dicho que "estamos en gracia", ¿cuál gracia? Fueron más sinceros y valientes los judíos que rechazaron la oferta eucarística de Jesús y se marcharon, que nosotros que nos quedamos para tragarlo sin poder digerirlo
La Eucaristía, la Cena del Señor, la hemos convertido en un rito, en un culto, un precepto humano, para no comprometernos. La Eucaristía es Vida (con mayúscula). Es la Vida de Jesús que la hacemos nuestra. "Si no comen la carne de este Hombre y beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene Vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él". Al parecer, hemos aceptado toda la oferta de Jesús, inconscientemente, ignorando el sentido profundo y trascendente de sus palabras y signos. Si un descreído, un ateo, nos preguntara por qué comulgamos, ¿cuál sería nuestra respuesta? ¿Lo dejaríamos pensativo y más ateo?...

Ernesto (Invierno)